jueves, 16 de septiembre de 2010

Tragarme mis palabras

Defiendo desde hace poco tiempo, pero con tenacidad, los vinos sin adornos, sin maquillaje. Encontrar el alma de un vino y saber qué hay detrás. Por eso defiendo los vinos que se elaboran respetando la materia prima. Sin aditivos, sin el uso de levaduras comerciales, sin tanizar, sin sembrar bacterias y sin usar enzimas.
Si están hechos utilizando algo de eso, no me interesan, no tienen alma y poco más hay que discutir.
Pero resulta que a veces, solo unas pocas veces, al quitarse el maquillaje la chica de la noche anterior sigue estando radiante. O escarbando un poco detrás de la soberbia y chulería de algún amigo, se puede encontrar un poco de ternura.
Así que aquí estoy. Preparando la bodega para la vendimia que empezará alrededor del 27. A punto de tragarme mi filosofía y utilizar todo tipo de aditivos. Porque aquí los vinos, por mucha levadura comercial que se utilice tienen un alma jodidamente grande.
Porque a veces, más que lo que se utiliza para hacer algo, importa el alma que se le pone al hacerlo. Y de eso andan sobrados.

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