jueves, 29 de agosto de 2013

La vergüenza de no saber de vinos



Hay dos temas recurrentes en mi cuenta de twitter desde hace tiempo: lo mal que lo hemos hecho para que el consumo del vino haya bajado tanto y el debate de la no-intervención en la elaboración del vino. Así que intentaré escribir algo sobre las dos cosas. (Por cierto, si alguien tiene curiosidad o se aburre tanto que quiere seguirme en twitter, pinchando en el icono de la izquierda de esta página lo puede hacer). 
La bajada del consumo del vino es el tema más manido de los últimos tiempos. Tan preocupados estamos, que el sector empieza a moverse y toma medidas drásticas en el asunto: mesas redondas aquí y allá para hablar de la juventud y el vino y ponentes en su mayoría viejas glorias del aparato, y una campaña llamada "quien sabe beber sabe vivir" que destila acomplejamiento y parece que pedimos perdón por beber vino.
Y en esas estamos, aplicando viejas soluciones a nuevos problemas cuando un amigo me cuenta que salió a cenar con su mujer (embarazada) y quería tomar vino, pero en la carta no entendía nada y al sumiller prefería no pedir consejo (ay, los sumilleres, ese mundo..), así que acabó bebiendo cerveza. Y le entiendo tan bien que he decidido rescatar un comentario que escribí hace tiempo en la página de una periodista que se quejaba de lo poco cuidadas que estaban algunas cartas de vino de este país. 
Si ya alguien no se atreve a pedir vino en un restaurante es que la situación no tiene fondo. La próxima vez que salgan a cenar, cuenten las mesas en las que se bebe vino. Por unas cosas o por otras, pero pocas. Cada vez menos. Y el hábitat natural del vino es la mesa. Porque el vino es una bebida social, de acompañamiento y disfrute con familia o amigos. Y además no hay plato que no pueda ser acompañado por algún tipo de vino. 

Así que para mi amigo Rodri, tan intimidado por lo que rodea al vino que al final se pide una cerveza, esto es lo que escribí hace un tiempo:
Voy a empezar reconociendo pecados: he tomado vino con hielo, con casera, con coca cola y con refresco de limón. He comprado muchas veces cántaras de vino sin saber su procedencia en la tienda del pueblo. Y muchas veces he pedido un clarete en Valladolid sin querer saber ni la procedencia ni necesitar que el camarero me explicase que en realidad no era un clarete sino un rosado, normalmente de Cigales, donde es más normal el rosado de prensa directa que el rosado de sangrado.
Lo mejor para el sector no es que yo lo haya hecho. Es que miles de personas lo han hecho. Hemos bebido por encima de nuestros conocimientos de los mismos. Primero era beber, pasar un buen rato, una buena conversación, en la que el vino era el acompañante. Maldita la hora en la que el vino pasó a ser el protagonista.
Ahora hay que saber de vino y está prohibido pedir el clarete de la casa. ¡Malditos ignorantes, qué tiene que ver un rosado de prensa directa con los antiguos Claret de Burdeos! Ahora hay que hacer cartas de vino seductoras, atractivas, infladas de precio casi todas, donde el buen consumidor, el que tiene paladar (no el paisano de toda la vida o el turista en busca de pasar un buen rato) debe poder elegir entre la rotundidad de una garnacha vieja de Calatayud o la más elegante garnacha de Gredos en suelo de Pizarra. O debe poder elegir entre una Pinot Noir clásica pero no muy cara de Bourgogne Hautes-Côtes de Nuits, una Pinot Noir más rotunda tipo bomba de fruta de Martinborough o una Spätburgunder (escrita en su nombre alemán, por supuesto) de Baden.
Incluso el sumiller te podrá orientar sobre el tostado de las maderas de cada vino, porque, como me ha pasado a mi ya en dos ocasiones en los últimos meses, decir que un vino ha estado criado en barricas de tostado medio plus debe quedar bonito, sin suponer el sumiller, como era en mi caso, que lo que para Magreñan es medio plus para Ermitage es medio. Da igual. Es importante que la carta de vinos mole. Aunque luego llegue el consumidor normal y corriente o el turista que pasaba por allí y se sienta tan abrumado y asustado ante palabras que no conoce que... acabe pidiendo una cerveza.
Porque de vinos hay que saber. Es obligatorio. Es requisito. No sabe de vinos está demodé. Y si no sabes... ¡aparenta! No pidas simplemente un vino porque te apetezca y punto. Tú pide, pide, pide que suene bien, busca en la carta... a ver, sí, ese suena bien... "camarero, perdón, sumiller, quería este vino de Bonarda de Maipu, sí, de Maipu, mejor que de Mendoza...." ¿porque Bonarda es una uva blanca o tinta? Qué más da, parece que sé. Y es mejor saber que disfrutar.
Así que nada,  prohibido vender vino como se hacía antes, en cántara, pizarra y sin procedencia. No vaya a ser que bebamos algo más que los pírricos 17 litros por persona y año. No como antes, que se bebían más de 40, pero no valían, porque no se sabía de vinos.
Hemos cambiado el "ponme un vino" (y que salga el sol por donde quiera) por el (dicho con vergüenza y sin que nadie más que el camarero lo oiga) "es que yo de vinos no entiendo... así que mejor una cerveza".