Entre embotellados, etiquetados, grupos de
cata y cursos del WSET voy dejando todo lo que escribo a medias.
Había dejado sin terminar un artículo que
empezaba con "un día crucé de una isla a otra en ferry escuchando
a Nacho Vegas" pero quiero contar primero que un día llegué a
Oporto escuchando a Nacho Vegas.
Con eso bastaría por hoy. Pero hay mucho más. Oporto es una ciudad con
tantos contrastes que si le pones un adjetivo, te equivocas a medias, con ese
aire de ciudad decadente, de edificios en mal estado, de turistas, de historia
portuaria y vinatera.
Porque uno puede pasear y llegar a una calle
donde parece mentira haber salido sin ser atracado a poco más de 500 metros de
un maravilloso puerto invadido de turistas, de casas de colores, de bodegas, de
restaurantes y de, como todas las ciudades portuarias, nostalgia de otro tiempo
y otro lugar. Es allí donde uno podría pasarse la tarde entera, con una copa de
oporto en la mano, sentado en la sala de catas de Kopke, viendo turistas ir y
venir, alejado de la algarabía tras una ventana con vistas al río.
Esa ventana es un buen lugar para intentar
comprender lo que nos explicaron en Calem en una visita privada. Los vinos de
Oporto son tan fascinantes y únicos que precisan de un nuevo aprendizaje.
Fascinante blanco seco de diez años que al verlo en la copa pensé que era un
Tawny, gran L.B.V. de 2006 y un fascinante Colheita de 1983 para perderse del
tiempo y olvidar el presente por un momento.
El mundo del vino es así, tan basto y
complejo que no queda más remedio que seguir catando, leyendo y viajando para
poder entender.
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